Vilma Parra: un caso de superación y emprendimiento

Vilma Parra

La Historia de las Zapaterías Vilma
Entrevista a Vilma Parra
Por Antonio Orjeda

Su madre y su abuela la criaron a ella y a sus siete hermanos como ambulantes. De la pista pasó a ser la dueña de una cadena de zapaterías. Su historia, da para una película.

“Yo he sido la reina de Jesús María”.

De niña, Vilma y sus hermanos compartían un solo cuarto de pollo a la brasa. Su hija le ha reclamado que de bebe la tuviera durmiendo en una caja de manzanas. Hoy, Vilma factura medio millón de soles cada 30 días y, cada fin de semana, le da S/.10 a cada uno de sus empleados para que se coman ese cuarto de pollo que de niña ella tanto ansiaba.

Comenzó vendiendo zapatos en una pista de Jesús María. Hoy, ¿cuántos locales comerciales tiene?
Seis.

En su crecimiento, ¿qué ha sido lo más difícil?
Formalizarme. Yo vengo de un puesto ambulatorio: en la calle conocí lo que es un buen producto, porque antes de vender calzado yo vendí verduras, fruta, de todo; y siempre me caractericé por ser transparente con mis clientes.

¿En qué calle empezó?
Horacio Urteaga, cuadra tres; al costado de la oficina de un banco que ya no existe. Yo ni siquiera vendía en la vereda: yo vendía en la pista.

¿Por qué zapatos?
Es una historia larga: mi niñez ha sido difícil. Mi madre vino de Jauja y aquí tuvo a sus ocho hijos. Vivíamos en un corralón, también en Jesús María: cuando yo tenía 6 años mi padre nos abandonó, y ese mismo año, el dueño del corralón -en el que vivíamos 30 familias- nos desalojó. Nos fuimos vivir a Villa El Salvador, allá estuvimos dos años, y como entonces era puro arenal y no había agua ni baño, fue peor que vivir en el corralón. Teníamos que caminar tres cuadras para conseguir agua, y como la gente de mi condición no usaba zapatos, la arena nos quemaba los pies: con mis hermanitos corríamos al pozo, pero al regresar -como ya los baldes nos pesaban- teníamos que echar agua a la arena para tener dónde pisar… Discúlpame (a Vilma se le ha quebrado la voz), siempre que recuerdo esto me hace llorar un poquito… Así llegábamos, pero llegábamos con medio balde. Eso es lo que más recuerdo. Esa era nuestra rutina, pero mi madre era bien luchadora: de ella he heredado la fuerza para ser lo que soy hoy en día.
Cuando yo tenía 8 años, mi mamá juntó sus ahorros con los de mi abuelita y nos mudamos a la Cooperativa Universal, que ahora pertenece a Santa Anita. Allá tampoco había agua, pero era diferente: todo era chacra, ya no se nos hundían los pies en la arena. A las tres de la mañana, mi abuelita me llevaba a La Parada para comprar verduras, y cuando llegábamos al mercado de Jesús María -como entonces no había puestos informales- todo se vendía así como ahora los chiquitos venden sus chiclets en Miraflores: andando, nomás. A mí me mandaban a vender los choclos, las caigüas y los limones. Así transcurrió mi infancia…

Y por las tardes iba al colegio.
No, yo estudiaba en la mañana; pero a la salida me iba a apoyar a mi mamá, porque el mercado estaba abierto hasta las 9 de la noche. Pero los sábados y domingos, y en enero, febrero y marzo, apoyaba más.

¿Apoyaba con sus siete hermanos?
No. Yo soy la tercera, los demás eran muy chiquitos. Apoyábamos los tres mayores. Fue entonces que mi mamá y mi abuelita me matricularon en otro colegio -en uno de Santa Anita-, y fue un cambio total: todas tenían carro, casa, televisor. Ahí entendí que había otro mundo, y me dije: tengo que trabajar, yo quiero tener todo lo que tienen los demás; y me independicé de mi mamá. Yo quería tener lo mío, demostrarle a ella que también valgo.

¿Qué edad tenía?
14 años. Mi abuelita vendía verduras y mi mamá fruta. En ese entonces los ambulantes invadieron una calle (el pasaje Punta Pacocha). Mi hermana mayor invadió y se independizó, yo también. Ahí tuve mi puesto fijo. Pero yo tenía otra forma de pensar: me gustaba tener productos buenos, ¡qué importaba si por ellos pagaba un poco más! Lo que yo quería era vender rápido: cobraba menos, pero ganaba por cantidad. Me fue bien, y cuando terminé el colegio, quise tener mi pollería: compré nueve mesitas, sillas, mandé tarrajear la casa, y cuando ya estaba por abrir: conocí a mi compromiso. Me fui con él, lo dejé todo.

Se enamoró.
Él me dijo que yo jamás iría a trabajar, que para eso estaba él. Machista. Compró un departamento en Jesús María, bien bonito, pero fatal el destino: al medio año de que nació mi hija, Alan García cerró las importaciones.
Mi esposo traía manzanas, y como no guardó pan para mayo: todo se fue al diablo. Él me había retirado del comercio ambulatorio, y como no quería que yo volviese a las calles: se puso a vender raspadillas en una esquina. Pero, ¿qué pasó? Otra fatalidad: mi hija se quemó el rostro. La llevé al Hospital del Niño, la atendieron muy bien, pero iba a quedar desfigurada. El doctor que la vio me planteó tratarla a su clínica, pero eso me iba a salir caro. Vendimos el departamento, ¡todo! Hablé con mi esposo y le dije: lo siento mucho, yo vuelvo a ser ambulante… (Su voz se vuelve a quebrar) Lo único que tenía era mi sitio en la pista -que se lo había prestado a mi mamá-, pero ni un sol. La gente me regaló cosas –por eso yo ahora soy bien buena con la gente-, y como en La Parada me conocían, me comencé a recuperar. Pero mi hija me absorbía mucho. Una amiga me dijo: vámonos a Tacna. Era un buen negocio, pero no me gustó: era como robar, tenías que meterte los relojes por todo el cuerpo.

¿Cómo llegó a los zapatos?
Yo tenía ‘algo’. La gente decía: lo que Vilma vende, la gente hace cola. Siempre, desde que apoyaba cuando estaba en el colegio, yo era la que terminaba de vender antes que los demás.

Tenía buena mano.
Ellos (sus colegas) le decían ‘suerte’, pero yo -repasando mi vida- me di cuenta de que ellos llegaban al Mercado Mayorista a las 6 de la mañana para hacer sus compras y, a las 9, 10, recién llegaban a Jesús María para vender. Yo no hacía eso: yo me había dado cuenta de que las mejores papayas las vendían los revendedores, ¿y quiénes eran ellos? Unos señores que iban a las 2 de la madrugada a esperar a que llegasen los camiones con fruta al Mercado Mayorista. Ellos escogían lo mejor, luego iban a otros puestos y revendían muchas veces ganando el doble. Yo puedo hacer lo mismo, pensé. Lo hice, y mientras mis compañeros entraban a hacer sus compras, yo salía con mi cargamento; y mientras ellos llegaban a Jesús María a las 9, yo ya había limpiado mi puesto, tenía lista mi fruta. Mira, en aquel entonces no había fruta procesada: solo en las tiendas caras. Entonces comencé a lavar mis manzanas, ¡las dejaba brillando! Lo mismo con las naranjas. Siempre ha sido así, igual cuando vendía productos importados: los tenía como en vitrina, ¡siempre me ha gustado marcar la diferencia!

Para darle lo mejor a su público.
Claro, porque a mí me gustaba que voltee a verme. Entonces tenía que hacer algo para llamar la atención. Un día llegó a mí puesto un cojito: me trajo unos zapatos Hush Puppies bien bonitos. Te los dejo, me dijo. Señor, yo no tengo plata. Sí, ya me han dicho que tienes problemas, pero tienes buena mano: tú vas a ser grande. ¿Usted cree? Te voy a dejar seis pares, regreso mañana.

¿Cuánto tardó en venderlos?
Ni dos horas. Es que hay una diferencia entre los empresarios y Vilma Parra: yo le pongo al producto un mínimo de ganancia. Me gusta vender bastante, no ganar bastante vendiendo poco, ¡a mí me gusta el movimiento! Entonces, ¿qué pasó? Mientras que el resto compraba zapatos a 10 soles y los vendía a 30, yo los vendí a 14; y en menos de dos horas ya no había Hush Puppies. El cojito no lo podía creer. Le di el dinero y me quedé solo con solo 10 soles, para mi comida. Mi hija ya estaba casi recuperada, ya no tenía muchos gastos. ¿Me vas a dar tu ganancia?, me dijo. Sí, porque quiero que me traigas el doble. Y así fue, le daba más para que me trajera más. Así empieza la historia de los zapatos, pero ¿qué pasó? Eso ocurrió durante la temporada de compra de útiles para el colegio, pero cuando se acabó, mi triciclo de nuevo se quedó vacío. Tendría que esperarme hasta el otro año. ¿Qué hago? Había una zapatería en Miraflores, del señor Roberto que era mi cliente desde antes.

Un vecino de Jesús María.
Yo vendía frente a su puerta.

¿Y se llevaba bien con él? Uno por lo general detesta al ambulante que se para en su puerta.
Yo me llevaba bien con él porque los productos que le vendía –la fruta, el azúcar, los panetones, ¡todo!- eran de buena calidad. Él le tenía bronca a varios porque eran cochinos, pero yo no. Además, yo soy bien amiguera, pero ¿qué pasó? Como ya habían comenzado a entrar los zapatos chinos, él ya no vendía mucho. Entonces me llamó: tengo 8 costales de slaps Calimond y no puedo vender porque ya pasó su temporada. Me dejó dos costales: las vendí a dos soles más del precio que él me dio. Él, desde su ventana, veía cómo volaban sus slaps. En la noche bajó y, de nuevo: le di el dinero y me quedé solo con un poco para mi comida. ¿Por qué me das con todo y ganancia? Prefiero reinvertir antes que me roben o que se me antoje comprarme algo. Yo quiero progresar.
En una semana vendí todo. Me quedé sin qué vender: me fui a la fábrica de Calimond pero me dijeron que no le vendían a ambulantes. Busqué en Capón, en el Mercado Central, pero no encontré nada de calidad. Como llegó diciembre, me puse a arreglar los foquitos de las luces de Navidad. También tenía bastantes clientes, hasta que volvió el cojito con sus Hush Puppies, pero para entonces toda mi zona se llenó de zapatos que traían de Trujillo. Pero no era un producto bueno. Mi hermana me dijo que dijeran que son de Lima, que todo el mundo lo hace. No: eso es mentirle al cliente. Yo hasta entonces no había usado zapatos de taco, usaba mis chancletas nomás, así que una clienta me explicó por qué esos no eran buenos. Me di cuenta. Entonces comencé a investigar, comencé a aprender: uno de los principales problemas eran los tacos. Yo ya me había dado cuenta de que en zapatos se ganaba más que vendiendo fruta, así que senté a un fabricante trujillano y le dije: ¿qué te parece si trabajamos a largo plazo? Le pregunté por el mejor fabricante de tacos en el Perú: La Varesina; le fijé mis normas: que trabaje solo con ese producto, y que lo haga exclusivamente para mí. Mis precios se elevaron, pero las señoras comenzaron a saber por qué. Además, mientras los demás ambulantes vendían en el piso, yo me hice mi escalerita: blanca, bien bonita; y los acomodé como en una boutique. La gente se dio cuenta de que mis zapatos duraban, de que con ellos no les sudaba el pie.

De ahí, ¿cuánto pasó hasta que tuvo su primer local?
Yo fui muy feliz siendo ambulante. Cuando entró Alberto Andrade (como alcalde de Lima) y ordenó el desalojo, me obligó a formalizarme. Para entonces yo ya tenía mi 4×4, mi departamento. Como ambulante, yo ya me daba mis lujos: en cinco años subí como la espuma.

Todo con ese único puesto.
Es que yo ya había encontrado el secreto para hacer un buen calzado y a un buen precio…

¿Cuántos pares vendía al día?
Entre 500 y 600, ¡Yo he sido la reina de Jesús María! Entonces, mi departamento -que estaba a tres cuadras de ahí- lo convertí en un tiendón, pero mis vecinos presentaron su queja a municipio y soné, pues. En la cuadra tres de Mariscal Luzuriaga, vi un cartelito: Se Vende. Por ahí no pasaba nadie, pero la compré.

¿Cuánto tardó en llegar su clientela?
Fue instantáneo.

Hoy tiene seis tiendas.
Es que los clientes me decían: Vilma, estoy viniendo desde Chorrillos, de Miraflores, Comas… Además, como ambulante, la gente iba a comprar su carne y, de pasadita, me compraba zapatos. La cosa ya era diferente.

Ahora vive en un edificio en Miraflores, ¿qué pasa si su vecino pone una tienda dentro y comienza a ver que la gente entra para comprarle? ¿Le incomodaría como le incomodó a sus vecinos de Jesús María?
Por supuesto. Yo entendí a mis vecinos. Además, si no se hubieran quejado, quizás yo seguiría vendiendo dentro de mi departamento.

Fue mejor haberse formalizado.
Le agradezco a Andrade el que me haya enseñado a vivir mejor. Ya no me miran como a una ambulante, sino como a una empresaria.

Sus hijos conocen su historia, ¿qué dicen de ella?
Mi hija mayor encontró unas fotos en la que se vio durmiendo debajo de mi carreta, en una caja de manzanas. Me reclamó, le conté mi historia. Se puso a llorar… Actualmente me admira: ella está en cuarto ciclo de Economía, el segundo sigue Administración y Finanzas. En un futuro, Vilma (su empresa), va a ser como el Grupo Wong. ¡Te lo puedo asegurar!

Fuentes:
http://bit.ly/1FENQD7
http://bit.ly/1F69VXi

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